DON QUIJOTE EN LA PATERA

Compañía: Teatro Clásico de Sevilla (Andalucía). Autor: Alfonso Zurro. Dirección: Antonio Campos. Interpretación: Javier Berger (Don Quijote), Juanfra Juárez (Sancho Panza) y Javier Centeno. Escenografía: Curt Allen Wilmer. Vestuario: Eva Moreno. Iluminación: Florencio Ortiz. Lugar: La Cava del Castillo de Olite. Fecha: Domingo 24 de julio. Público: 200 espectadores, media entrada.

Don Quijote se despierta en medio de la mar y atribuye el hecho al mago Frestón, pero tanto él como su escudero mantienen su personalidad justiciera a pesar de haber sido descabalgados y en un medio, el acuático, tan atípico para ellos. Su nueva condición de marino no dará pie a un cambio de apellido (Don Quijote del Canal de la Mancha) porque la acción transcurre en el Mediterráneo, donde en los últimos tiempos no sólo se pueden pescar peces sino desgraciadamente también refugiados. Desde su patera, el aquí caballero de la divertida figura colectará objetos extraños a sus ojos que él considera fruto de encantamientos, aunque no sean más que basura arrojada al mar desde nuestras costas, y a un niño negro, al que bautizará y adoptará. Finalmente, luchará contra los traficantes de seres humanos y se enfrentará a la burocracia que pone fronteras al mar y exige papeles para desembarcar. Esa es la esencia del espectáculo para público familiar presentado por la veterana compañía Teatro Clásico de Sevilla en el Festival. Un texto actual dividido en cuatro episodios de un autor y director de nivel contrastado, Alfonso Zurro, que ofrece variantes “muy bien traídas”, que dirían los castas, absorbiendo la esencia de la novela para volcarla en el nuevo escenario, usando el recurso del teatro dentro del teatro y mostrando al público menudo temas de actualidad. La pieza tiene suficientes dosis de humor y guiños para atrapar al público adulto, a pesar de que la propuesta se alarga en exceso, 75 minutos, 15 más de los anunciados en el programa de mano.

Quizá lo más clásico del montaje sea la escenografía, pues se basa en una solución antiquísima para simular el mar, que ya se utilizaba en las comedias de magia dieciochescas. Es una estructura a base de planchas de tela a distinta altura, en disposición frontal al público, que puede ser movida y recrea las olas. Los actores se mueven entre los pasillos que dejan y sirven de suelo para la manipulación de animales y objetos, que hacen tumbados los propios intérpretes cuando no están a la vista del público, convirtiendo la escena en un teatro de marionetas gigante. La dirección es meticulosa y hay un especial énfasis en mantener la perspectiva. El aparataje, además, permite sorpresas, puesto que la cara B de las planchas, una vez que se les da la vuelta, simula el interior del submarino atómico desde el que opera el malvado, aunque no está claro si es el mismo que ha buscado refugio en Gibraltar tras chocar con un mercante en esas aguas la última semana. Una serie de proyecciones sobre los muros del castillo completan la puesta en escena, que se pudo disfrutar en su integridad en la última media hora, cuando se hizo de noche y era totalmente visible la cuidada iluminación.

Los tres actores tienen una excelente vis cómica, empezando por Javier Berger, un don Quijote parlanchín con un sutil punto irónico que atrapa al público adulto. Juanfra Juárez crea desde su primera aparición en escena un Sancho muy empático, diligente, asustadizo y con su punto escatológico que arranca las carcajadas de los más pequeños. Javier Centeno abre la obra como narrador y da vida a cuatro personajes, brillando en el de traficante malvado. El director aprovechó su facilidad para los acentos para que compusiera con tino otros dos divertidos personajes: un cangrejo british, Salustiano, y un vendedor de mercaderías árabe, Mohamed. Los tres interpretan -recitan más que cantan- varias canciones a lo largo de la función y triunfan sobre el mal. Parece claro que seguirán navegando por los escenarios mucho tiempo.